Las estrategias de salud pública de los países de nuestro entorno han hecho un importante énfasis en los programas de cribado poblacional de cáncer en las últimas décadas, y muy especialmente en lo referente a cáncer de mama. En este sentido, es importante la alta participación y adhesión de las mujeres a este tipo de programa, ya que ocho de cada diez mujeres dentro de los rangos de edad recomendados se realizaron una mamografía en los últimos dos años. Sin embargo, se desconoce exactamente por qué cerca del 18% restante no acude a los programas de cribado de mama.
Respecto al perfil de las mujeres consultadas en la Encuesta Nacional de Salud, las variables que hacen que aumente o disminuya el grado de participación son la nacionalidad, el nivel de estudios, las enfermedades crónicas asociadas, la cualificación laboral y el estado civil.
Una vez analizadas las variables sociodemográficas que hay detrás de cada perfil, resulta de interés analizar el grupo de mujeres que no participan de manera regular en los programas de cribado para conocer las razones que les llevan a ello y la actitud que muestran ante dichos programas. Son diferentes los argumentos que presentan estas mujeres para no realizarse una mamografía, todos ellos, fomentados por la realidad de una prueba “poco amigable”.
No obstante siempre hay algo que se puede hacer para movilizar a la participación en el cribado, al menos es lo que opina este grupo de mujeres a las que se les pidieron algunas propuestas. Destacar entre ellas la comunicación positiva que enfatice el beneficio, un entorno más amigable que minimice el desagrado por la prueba, un papel más activo del médico general/de familia para implicar a la mujer y facilitar los trámites burocráticos para el proceso del programa de cribado.
En conclusión, sabemos que existe una participación elevada en los programas de cribado de cáncer de mama. Sin embargo, todavía nos encontramos con un grupo de mujeres que no participa, indicando que el miedo al diagnóstico, la ausencia de señales de alarma, la percepción de vulnerabilidad entre una mamografía y otra, la falta de consenso profesional, entre otras, son las principales barreras que les llevan a no realizarse una mamografía de manera regular. Aunque reconocen la idoneidad de la prueba cada 1-2 años. Por todo ello, consideran importante establecer una comunicación que transmita el beneficio de la prueba y que reduzca el miedo, así como minimizar las trabas en el desarrollo de la prueba y crear un entorno más amigable en la medida de lo posible.